23 de septiembre de 2009

LA ESPERA


La melancolía de la noche le susurraba en los oídos, la mirada de Pablo se eternizaba mas allá de la ventana, sus ojos buscaban algo diferente en la memoria, un impulso que lo alzara de la silla, necesitaba hacer algo, borrar la monotonía.

Sorbió el último trago de ron y la botella vacía pareció dormirse dibujando una sombra en la mesa.
Pablo dirigió su cuerpo hacia la puerta salió sin mirar atrás la puerta se cerró sola como acostumbrada.
Caminó por largo tiempo, las calles adoquinadas le recordaban la pequeña ciudad donde pasó sus primeros años de la infancia, casi en las afueras del pueblo sobre un puente que quería despedirse pero aun estaba, divisó una silueta, a medida que se acercaba reconoció el cuerpo hermoso de una mujer joven con un vestido azul casi transparente, que miraba como la corriente del río saludaba una y otra ves algunas piedras.



Se acercó despacio y con un ligero ademán pronunció, --- hola ---.
La muchacha volteó su rostro, sus ojos negros hacían una combinación perfecta con su cabello que se confundía con la negrura de la noche que esculpía su silueta en la espesura que nacía mas allá del puente.
--- Hola --- respondió ella con una ligera sonrisa que estremeció todos los poros del hombre.


--- Mi nombre es Pablo ¿y el tuyo?


--- Beatriz, respondió y su nombre quedó en el aire como una continuación del paisaje.


--- ¿Extraña noche no crees? Parece que todos se han ido, llevo mucho tiempo caminando y no he visto muchas personas, estaba aburrido y salí a caminar sin rumbo, creo que estoy perdido solo llevo un día aquí.


--- Ya veo, respondió la muchacha, desde que construyeron la nueva carretera este camino lo frecuentan pocas personas, aquí termina el pueblo, parece que todos se han olvidado este lugar, pero no te preocupes aquí todos se acuestan temprano.


Pablo pasó su mano por la cabeza y al reposarla unos segundos en la nuca la retiró para esconderla en su bolsillo.


--- ¿Y cual es tu pretexto para estar tan sola en este lugar?


--- Me gusta la tranquilidad, y sobre todo esta parte del río.


Pablo un poco extrañado pero atónito por la sonrisa que descubría unos dientes perfectos, se sintió poseído por el embrujo de la muchacha, de pronto se sintió atraído quizás enamorado pero eso lo iba a descubrir después. Siguió concentrado en su sonrisa mientras hablaron de diversos temas cada vez mas compenetrados.


Casi cuando la noche moría, Pablo le ofreció su chaqueta para que se cobijara del frío que crecía junto al amanecer, se despidieron y ella con un tímido gesto beso sus labios casi rozándolos, acordando volver a verse otra vez la noche siguiente.


Pablo pasó todo el día pensando, dando vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño, repitiendo las palabras que iba a decir, cada cierto tiempo miraba el reloj queriendo que las horas corrieran, que se lanzaran hacia la noche y se estrellaran para siempre en el tiempo.


Por fin la tortura se aparto de su rostro al llegar de nuevo la noche, y velozmente casi voló hacia el puente, las calles que atravesaban no existían mas allá de su espalda, una ves en el mismo lugar, trataba de controlar su respiración estaba decidido a declararle su amor a aquella semidiosa que arrancaba estrellas de su voz, que abrazaba caprichos y sostenía palabras con suspiros.


Pero no apareció, Pablo esperó una, dos, tres horas y nada, ahora el era el solitario que miraba el río con los ojos mas allá de todo.


Perdió su silueta entre las calles a su regreso, su ansiedad era enorme, su angustia ya reposaba en todo lo que le rodeaba.


Pero al otro día con nuevos bríos volvió al puente pero otra vez sin esperanza, pasaron los días y Pablo repetía su presencia cada vez sin éxito, nada llegaba.


Desesperado a la mañana del quinto día decidió irse a buscar al pueblo.


Le preguntaba a todos, niños, ancianos, mujeres y hombres, al parecer nadie conocía a la muchacha; de tanto indagar fatigado el joven caminaba cabizbajo, pálido y desesperanzado, se recostó en los escalones de una iglesia al parecer la única del lugar. Una señora que salía de misa y las arrugas amenazaban con apoderarse de todo su cuerpo había visto al joven ya tres veces preguntar a lo lejos, lo invitó a su casa y le ofreció un poco de agua, parsimoniosamente oyó sus preguntas, le indicó que caminara tres calles mas y le describió una casa donde a lo mejor encontraría lo que buscaba.


Pablo como una explosión de rocío, recobró las fuerzas y empezó a caminar mientras atrás quedaba la anciana que se despidió con " Un ve con Dios" y cerró su puerta.


El joven tocó la puerta de la casa que le habían descrito, al no obtener respuesta volvió a golpear repetidamente hasta tres veces.


La puerta al fin se abrió y una mujer cuya edad rondaba los cincuenta de alguna manera parecía familiar a la joven que Pablo buscaba con tanta desesperación.


Este sin ocultar su alegría sintió que estaba en el lugar correcto, a lo que enseguida preguntó a la mujer por la muchacha, esta le respondió que allí no vivía ninguna persona con esas características, el joven insistió y casi al pronunciar su nombre descubrió una foto grande en la pared de la sala con la mujer que perturbaba su existencia y hasta con el mismo vestido.


Pablo señaló en esa dirección y entro mientras decía que la había conocido hacia cinco días y deseaba hablarle.


Pablo rogó con inmensa sinceridad.


La mujer hizo una muestra de extrañeza y le respondió que era imposible, que esa era su hija pero que había muerto hacia seis años .


Pablo sintiendo que la mujer estaba mintiendo le dijo que no podía ser que el había hablado con ella toda una noche.


Enloquecido se sentó y la ansiedad que era de su misma estatura lo vencía.


La mujer se arregló el pelo y sin más lo agarró de la mano mientras invitaba al joven que la acompañara al cementerio para que se convenciera.


Por el camino compró algunas flores para su hija, al llegar al camposanto Pablo siguió a la mujer por una hilera de cruces, al final a la izquierda Pablo se sorprendió al ver la foto de la muchacha y su nombre tallado en el mármol.


No pudo dejar escapar un grito ahogado al ver su chaqueta recostada en la tumba.

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